A partir de los doce años, más o menos, los niños y niñas tienden a buscar la amistad de grupos muy cerrados, con miembros identificables uno a uno. Se trata de cuatro o cinco adolescentes, que se unen en torno a una especie de "pacto implícito": salir juntos, conversar, compartir aficiones musicales, confidenciarse sus primeros amores...
Las "pandillas" surgen en abundancia y de muchas maneras: en torno al mundo escolar, entre los compañeros de equipo de fútbol o vecinos de un barrio... Aunque en principio estos grupos se unen -sin saberlo conscientemente- para sortear la difícil etapa de la adolescencia, y de adultos se separan, también de estas alianzas pueden surgir relaciones más profundas y crearse lazos de verdadera amistad.
Poner atajo a la influencia negativa de los amigos es asunto de urgencia a los trece o catorce años. Está comprobado que los grupos constituyen uno de los terrenos mejor abonados para la propagación de cualquier clase de adicciones: tabaco, alcohol o droga.
La razón es simple: los mecanismos de presión de la pandilla son muy poderosos, sobre todo cuando él o ella carece de un buen mecanismo de defensa.
Los amigos de esa pandilla juegan, además, con la capacidad de crear sentimientos de seguridad o inseguridad, para aislar o rechazar al que no siga las reglas del juego. Por esto es muy frecuente también que un hijo demasiado metido en su grupo, sufra cuando el grupo lo aísla, no lo toma en cuenta suficientemente, según él o definitivamente lo traiciona.
En adolescentes tímidos o con problemas de carácter, la relación con su grupo puede ser especialmente conflictiva y dependiente. El grupo "envalentona", impide la reflexión individual, presiona, justifica lo injustificable y hace que se diluya la responsabilidad personal.